domingo, 26 de octubre de 2014

¿Para qué sirve el pensamiento en los tiempos que corren?



MIGUEL ÁNGEL FORNERÍN [mediaisla] Pensar un mundo sin pensamiento y una humanidad sin metas, sin razones, perdido en el mundo de lo relativo es, a mi manera de ver, el gran suicidio del sabio. Y solo en la permanencia del saber y en su fortaleza le damos sentido a la existencia.

Si esta pregunta la hiciéramos tomando como horizonte el escenario griego, que es el del origen del pensar en Occidente, tal vez el ejemplo de la muerte de Sócrates al tomar la cicuta provoque la opinión de que el pensamiento no tiene un gran valor porque el gran sabio griego terminó anulando su vida. Pero visto desde otra perspectiva, la imagen de Sócrates al tomar el veneno, o la de Séneca al cortar sus venas en el baño tenga mucho que decirnos sobre la pertinencia de la espíteme en la actualidad cuando vida y saber van por rutas paralelas.

Todo lector del mundo heleno sabe que los filósofos buscaron un saber que les permitiera gobernar la polis. Un saber que para ellos estaba en el logos, en las gentes, en la tradición. También sabemos que no podemos leer a Dante sin pensar en las tareas de forjar una cierta unidad lingüística en Italia y ni entender a Maquiavelo sin valorar su intento de encontrar la unidad de la segmentada Italia de su época. Ni podríamos, por último, aquilatar la suprema obra de Hegel sin entender su intento de darle un cierto sentido a la lucha de la burguesía alemana.

Toda obra de pensamiento, aquella que ha construido un sistema fundamental y de la que podemos dar cuenta hoy, no deja de estar ligada a los afanes del hombre y sus firmes convicciones de cambios y regeneración. Y esos propósitos no están alejado de aquello que Michel Foucault llamó el poder, y a lo que Roland Barthes llama de forma inteligentísima los poderes. Pero el saber no tuviera pertinencia si no fuera contrastado por distintas voces y perspectivas. Pero el hecho de que hoy nos preguntemos, ¿qué importancia tiene el pensar y la creación de conocimiento? La congruencia de esta pregunta reside, a mi manera de ver, en el truco que plantea el relativismo que vivimos como actualidad.

Los sofistas, que asediaron el saber socrático, y los cínicos que relativizaron los discursos de su época, no dejaron de pertenecer al “poder bueno o malo”; tampoco dejaron de impulsar el desarrollo de los saberes. Tal vez no fueron más que los viajeros incómodos del saber. Y los que plantean el relativismo y la idea de que todo esfuerzo humano por crear una obra crítica o epistemológica, da lo mismo porque, en fin de cuenta, lo que existe es el poder o la voluntad de poder o que los juicios todos se cancelan porque solo hay juicio y cada quien tiene derecho a tener el suyo, como postulan ciertos pretendidos posmodernos luego de deambular la ciudad en noche de luna llena.

Quienes así piensan caen en la misma posición que cayeron los sofistas, los relativistas, lo cínicos y toda esa jauría que, del otro lado del saber, solo sirvieron como sombra de obras; críticos de sistemas. Esos obreros de la construcción del saber nunca llegaron a ser arquitectos, se quedaron a la sombra de las obras. No niego su importancia, porque todos de cierta forma fueron importantes, pero, en poca medida, fueron retranca, los que pusieron el pie, para dificultar el paso de las grandes obras del pensar humano.

Creer que solo hay discursos, que las razones no tienen importancia porque cada razón está al mismo nivel, es creer que no existen ni verdad ni paradigmas. Es hacer de la nada y el vacío el único arquetipo. Tal vez de Nietzsche y Cioran sean los epígonos, pero los que así piensan no dejan de ser parte de los derrotados. Porque no hay que decir que no se debe vivir la vida sin creer, ¿pero se puede soñar que se pueda llegar la vida sin proyectos, sin convicciones y sin obras? ¿Cómo pensar o pensarnos sin una dedicación máxima a las cosas en las que creemos? ¿Cómo, en nombre del relativismo, podemos entender el accionar humano? ¿Dónde está ese vivire militare est del que nos hablaba Ortega y Gasset?

La desazón que hay en el campo de los pensadores, sobre todo aquellos que vienen de la izquierda, muestra la falta de una visión que oriente sus pasos. Ante las grandes tareas que se prometieron, no les ha sido posible cambiar el rumbo del barco. Medianeros como son, toman lo más cercano a la utopía y, sin criticarlo, lo ven como lo mejor que se puede asumir. Otros, aceptan el estado de cosas y se integran a la vida sin crítica política; y los pocos, se refugian en el pesimismo, en el nihilismo o en la vida absurda. Es un suicidio del pensar, pero es también un abandono del hacer, del actuar.

Debo recalcar que pienso y existo y, como Descartes, mi existencia no se da más que con los otros. Es valor supremo del pensar, pensarnos y entender que a través del pensamiento construimos un mundo mejor. Porque es en la episteme donde ha estado siempre la construcción de los planes, de los afanes, de los trabajos y los días. Pensar un mundo sin pensamiento y una humanidad sin metas, sin razones, perdido en el mundo de lo relativo es, a mi manera de ver, el gran suicidio del sabio. Y solo en la permanencia del saber y en su fortaleza le damos sentido a la existencia. Así como ocurrió en el vivir y el accionar de Sócrates o al esfuerzo de Maquiavelo, a la obra grande de Hegel o la ética de Seneca.

¿Qué importancia tiene trabajo epistémico de un Pedro Henríquez Ureña? ¿Paradigma de la cultura dominicana y de la crítica? ¿Qué nos queda de su labor? Si pensáramos que lo que él hizo será leído hoy por los jóvenes opinantes como razonamientos que se cancelan con otros razonamientos; ¿si postulamos que sus juicios son ficciones sobre otras ficciones? ¿Para qué vale la vida dedicada a los estudios cuando creemos que nada tiene valor ni tan siquiera los estudios mismos? Yo entiendo que los autores paradigmáticos nos hablan desde sus obras y desde su propio trabajo.

Que hoy tengamos poco temple, mínima dedicación y pocas convicciones no es lo que nos podría llevar a pensar en el fin del pensar, sino en la situación pasajera del pensar, que muchas veces se nos da como riqueza y otras, como decía Marx, como pobreza, como miseria. El relativismo posmodernista, el pesimismo o el nihilismo no son más que momentos en el pensar, pero el hombre que piensa lo hace porque hay en él humana fuerza que lo empuja; ímpetu vital de los poderes o contra los poderes. Pero siempre asido a sus convicciones, el saber es poder que tiende a liberarlos. La ausencia de saber es justamente la oscuridad de su esclavitud. De ahí esa metáfora luminista: un porvenir radiante, aunque nos haya acompañado en muchas de las grandes estupideces humanas, sigue cual Faro de Alejandría marcando el rumbo de la humanidad.

Frente al poder de la nada, está el poder de lo posible. Y esta lucha constante entre el relativismo y la utopía en como el hombre de la máscara de Hierro, tarde o temprano deberá salir a flote su verdadero perfil. ¿No son, los caminos de la literatura esos afanes por donde intentamos que entre la luz, como verdad y como redención? Lo contrario del pensamiento, ¿no es, acaso, un abandono a nuestra condición de seres juiciosos?
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MIGUEL ÁNGEL FORNERÍN (Higüey, RD). Departamento de Estudios Hispánicos de la UPR Cayey, es autor de Ensayos sobre literatura puertorriqueña y dominicana (2004), Entrecruzamiento de la historia y la literatura en la generación del setenta (2009), Las palabras sublevadas (2011) y Los letrados y la nación dominicana (2013), entre otros.


elpidiotolentino@hotmail.com; elpidiotolentino@gmail.com
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