Oscar López Reyes
El mes de mayo del 2020 fue despedido en la llama de un revuelo por una encuesta telefónica realizada por la firma Mark Penn/Stagwell, dirigida por Bernardo Vega, en la que asigna un 39% de la intención del voto a Luis Rodolfo Abinader, y un 37% a su contrincante Gonzalo Castillo.
Otra presencial, del Centro Económico del Cibao (CEC), conducida por Leonardo Aguilera, atribuye un 53.8% al candidato presidencial del Partido Revolucionario Moderno (PRM), y un 29.5 %) al del Partido de la Liberación Dominicana (PLD). ¿Por qué esa disparidad?
Los recelos, la suspicacia y barruntos son habituales en el terruño dominicano, donde las encuestas se asemejan a un coctel con una variedad de aperitivos: unas compañías son serias y en otras sus regentes obran como aventureros y piratas, porque emplean artimañas/mentiras/artificios para crear percepciones favorables y condicionar tropelías institucionales, sin visión ética y con la mira puesta exclusivamente en el dinero.
Adicional a los estudios irreales y sin un ápice de credibilidad, los receptores son pobladores que históricamente conocen una retahíla de fraudes y marrullas, justificadas por partidos y por ciertos periodistas sin espíritu crítico, que vociferan como cajas de resonancia, por compromisos económicos y políticos.
La diferenciación entre 53.8% y 39% para Abinader radica en las metodologías presenciales y telefónicas, y su operatividad en el trabajo de campo, pero no en los marcos teóricos, los modelos de estudios descriptivos y concluyentes, en el método cuantitativo, en el universo ni en el muestreo al azar y estratificado. Tampoco surca por los márgenes de errores, en la selección de los rangos de edades, en los sexos ni en las clases sociales.
¿Qué pasó con Vega y Aguilera?
Las exploraciones por dispositivos de telecomunicación son poco fiables, particularmente en las actuales circunstancias en República Dominicana, en virtud de las dificultades del directorio o bases de datos, la distribución de los teléfonos, la limitación de la escogencia de la muestra en el universo y el condicionamiento de los entrevistados. ¿Fueron entrevistados por señales acústicas, por ejemplo, residentes en un callejón de un barrio marginado o un campo apartado? ¿Cuáles fueron los tonos de las voces y las vocalizaciones?
Ante una llamada por un desconocido, por más que se identifique la agencia patrocinadora, ¿responderán que votarán contra Gonzalo Castillo aquellos que cuentan con bono-luz, bono-gas, que están en la nómina del gobierno o tienen alguna relación comercial con el Estado? ¿Recordarán que el presidente del PLD, Temístocles Montás, dijo que su partido tiene un padrón y saben por quién vota cada persona?
Además, otros escollos son que el grado de sustitución de las telefónicas es muy alto: ¿está seguro que esa es la persona seleccionada? Cuando se llamó al seleccionado se les habían acabado los minutos; otros tenían los aparatos apagados, cambiaron de número o se los cortaron por falta de pago.
Acreditado por su seriedad y acierto, los rastreos del mes de mayo de Bernardo Vega no son comparables con los que efectuó en enero pasado -43% para Abinader y 28% para Gonzalo-, por la variación metodológica: presencial y telefónica. O sea, son dos procedimientos distintos para establecer paralelos, porque -verbigracia- no se pueden comparar limones con lechosas.
Vega no merece los insultos proferidos, porque cuenta con un excelente aval, por su trayectoria profesional, estatal y como escritor, y lo decimos, porque compartimos con él un asiento en la Junta Directiva de la Sociedad Dominicana de Bibliófilos, junto con respetables intelectuales: Dennis Simó, Frank Moya Pons, Eugenio Pérez Montás, Mariano A. Mella, Andrés L. Mateo, y otros.
La empresa Mark Penn/Stagwell ha sido una de las más exitosas en resultados electorales, por su alto nivel de precisión y exactitud. Pensamos que su pecado fue el sesgo por la escogencia del método de preguntas telefónicas, que se acerca más a un survey, que está aceptado científicamente, pero no así las que realizan, sin ninguna muestra y ni al azar, programas radiotelevisivos.
Respecto a Aguilera, su medición fue más realista, por ser presencial y más consistente en el método. Por lo tanto, es más confiable, por su certidumbre, por (…) tener más ayudas visuales, mejor desplazamiento, control de los supervisores y más amplia información.
Aguilera ha realizado investigaciones regulares y con certeza, por sus cercanías con las estadísticas finales electorales, y ha sido innovador en la identificación de tendencias. Independientemente de que trabaje para Luis Abinader, descuella como uno de los más científicos y más inclinados a la interpretación objetiva. Trabaja con honestidad y no expresa deseos de manipular las preguntas, las variables ni los resultados. Puede ser comparable con las anteriores.
Compendiando, al margen de las dos indagaciones y los dos candidatos referidos, en el paisaje comicial nacional predomina una mezcla tragicómica: a un postulado le llevan una encuesta y preguntar: ¿Dice que voy a ganar?....ja, ja, ja: es buena; y si le señalan que está perdiendo, afirma que entonces no sirve absolutamente para nada.
El candidato nunca se da por vencido: a las 12 de la noche, cuando ha sido sumado el 99% de los votos y el competidor tiene un 80% de ventaja, a sus fanáticos les manifiesta que todavía hay mucha esperanza, y que va a ganar. Y los fanáticos aplauden delirantemente…
También reina, folklóricamente, lo que llamaremos la Teoría del chivo expiatorio: si pierde electoralmente, hubo un fraude colosal; si el alumno reprueba la asignatura, lo quemó el profesor; si es derrotado en un juego, el árbitro se vendió; si el enfermo se agrava, hubo una negligencia del médico; cuando un artista no cala en el público, el manager lo azaró, y si el automóvil se queda en media calle, el mecánico le falló.
Cordialmente,
Oscar López Reyes
Periodista-mercadólogo, escritor y artículista de El Nacional,
Director Escuela de Comunicación Universidad O&M,
Ex Presidente del Colegio Dominicano de Periodistas
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