En diferentes ambientes y desde diversos frentes se advierte que mucha gente está obsesionada con las fiestas de Navidad y Año Nuevo y presionan al Gobierno, y hasta al presidente Luis Abinader, para eliminar las restricciones para contener la pandemia. Los avances registrados en los indicadores locales, factores sociales como el largo período de limitación en la movilidad y la presión social, nos están llevando a bajar la guardia.
Los restaurantes vuelven llenarse, han regresado los habitués de los colmados, colmadones y lugares en los que se consumen bebidas alcohólicas. El distanciamiento social va quedando como una frase de moda que se practica poco.
Jugamos con fuego. Ayer pasamos de los 30,000 casos activos, esto puede tener un efecto exponencial en la propagación del virus, nos está afectando la mayor movilidad, el exceso de confianza individual y poco uso de equipos de protección personal. Aumenta la positividad diaria y de las últimas 4 semanas en el calendario epidemiológico. Tiende a crecer el uso de camas reservadas en hospitales para atender COVID-19.
Los Ministerios de Salud Pública y Defensa, el Gabinete de Salud en general, las organizaciones comunitarias y entidades sociales que se han incorporado al programa para contener el COVID-19, han actuado con diligencia y han sido constantes.
Los expertos indican que es necesario más énfasis en la prevención, y advierten que si no se respetan los protocolos de comportamiento sanitario y las medidas que restringen la movilidad social corremos el riesgo de un rebrote. Aconsejan evitar el retroceso con una mayor apertura, y no flexibilizar las limitaciones. Recomiendan un incremento de nuestros esfuerzos en las tareas de contención del virus.
Escucho a mucha gente dispuesta a cambiar un futuro mejor y una recuperación económica más rápida, por la francachela de la Navidad y el fiestón de Año Nuevo. En ambos casos se hará trizas el distanciamiento social y el uso de mascarillas, componentes recientes en nuestra cultura, poco asimilados, que contradicen los ambientes de fiesta, los canes grupales, la espera del 1 de Enero en el Malecón, los parques, las avenidas y locales de celebraciones.
El nuevo coronavirus es una realidad. Si lo crearon en laboratorio, si es producto de contaminación con murciélagos, si las vacunas funcionan o no… Cada quien escoge su historia. Incluso ver la pandemia como negocio de US$250 mil millones para 4 grandes gigantes del odiado sector farmacéutico.
Ese es el derecho a pensar y hasta creer disparates. La verdad que nadie puede negar es que –sin importar cómo comenzó- aquí ya tenemos 2,358 muertos, 760 mil en América Latina, y 1.5 millones en el mundo. Ya son 68 millones los infectados, de ellos 29 millones en Estados Unidos y 20 en Europa.
¿Opciones? 1. Mantener y apretar –si conviene- un poco más las restricciones y trabajar por más disciplina social. Hay muchas opciones para hacerlo. 2. Abrirle paso a las francachelas, e invitar al coronavirus a la fiesta para regalarnos un rebrote. Un escenario en el que es imposible aplicar las vacunas que llegarán a finales de marzo. Algunos no creen que así hacemos trizas el prometedor proceso de apertura al turismo y alejamos la recuperación económica. El resultado final es más hambre, desempleo y sufrimientos. Todo esto porque una parte se cansó de las limitaciones y quiere libertad (libertad para joderse, digo yo). ¡Costosa decisión!
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