Luisa Rebeca Valentín.
SANTIAGO.- De los atractivos más importantes que puede ofrecer un país para captar turistas es su música y sus grandes artistas, sobre todo cuando esos exponentes, como es el caso de Johnny Ventura, marcado por la excelencia, se han mantenido en la escena, de manera ininterrumpida, por más de sesenta años.
Esto trae como resultado la solidez de la marca de un país y la garantía de continuidad y posicionamiento a nivel internacional de toda una nación, recogida en un género musical o en torno a la figura de un artista de estatura universal.
Jhonny Ventura es uno de los exponentes más trascendentales de la República Dominicana. A través de todos estos años, millones de personas, nacionales y extranjeros, han disfrutado y bailado su música.
Gente que en los más apartados lugares del globo terráqueo bailó o disfrutó en escena la energía de Johnny y que luego quiso acudir a su lugar de origen, a conocer la tierra del merengue, a conocer la República Dominicana.
Johnny y su música han provocado, a lo largo de estos años, que suba la ocupación hotelera, que se conozca el nombre del país.
Su música, desde que comenzó la internacionalización, provocó una contagiosa efervescencia, tanto cuando se presentó en escenarios cerrados, como cuando lo hizo en montajes abiertos con la libertad y la celebración que supone estar en cualquier parte del mundo llenando de vitalidad merenguera todos los continentes, porque nadie se resiste a bailar ante la interpretación de un merengue bien tocado, bien bailado y bien cantado por «el único negro que bota miel por los poros…».
En escenarios de importancia, dentro y fuera del país, Johnny, por más de seis décadas ha sido el más multitudinario, el único que lo mismo tocó en una fiesta patronal que en Viña del Mar, el Carnnegie Hall o el Madison Square Garden; en Londres o en Asia. Integró al de arriba, al de abajo, al de aquí y al de allá. Admirado por centenares de artistas de fama y trayectoria internacional: decir Johnny, es decir República Dominicana; es decir merengue, es decir cultura nuestra y, a su vez, es decir identidad, imagen y turismo. A él le debe mucho el país.
Atraídos por el merengue, y por su carisma, jóvenes promisorios pasaron por su orquesta, aprendieron de él los valores que siempre exhibió con orgullo aquí y allá.
Tanto compositores, como es el caso de Anthony Ríos, como ejecutantes e intérpretes, como Fausto Rey, recibieron de él la suficiente práctica para presentarse sosegados ante un público, sin los afanes y la fiebre, propios de los principiantes. Salieron de ahí y trillaron un camino exitoso como estrellas. Con cuidado y vistoso vestuario, un repertorio eminentemente compuesto por merengues, Johnny conquistó el mundo y lo trajo aquí, a la República Dominicana.
Apegado al rigor de difundir un merengue sencillo, bien hecho y cuidado, con la intención de divertir, de invitar a bailar, pero sobre todo y sin proponérselo, identificar a un país, dando como resultado una propuesta importante, dinámica, novedosa, con mucha validez, sabor y calidad. A través de él se dio a conocer el alma y la alegría del dominicano; el entusiasmo, la hospitalidad y la bondad de la gente de esta tierra. Por eso Johnny es mucho más que merengue, es un símbolo identitario de la República Dominicana y su gente.
Ventura contó con los estudios suficientes y la práctica para convertirse en una estrella, trabajó y se sacrificó para ello. Su carrera estuvo compuesta por un amplísimo repertorio de merengues energéticos y vibrantes a la vez; llenos de celebración.
El Caballo Mayor, pleno en la sonrisa, en el júbilo y en la calidez, herramientas indispensables para el turismo, siempre estuvo lleno de alegría, como es el dominicano. Eso lo paseó por el mundo, como una bandera, como un folleto promocional, pero en vivo, en carne y en alma.
El Combo Show, una banda perfectamente acoplada que da la impresión de que no es un grupo reunido de manera ocasional.
Johnny Ventura y el Combo Show llevaron en sus raíces su folklore. Es un sonido de la República Dominicana, pero está matizado por un barniz internacional e imperecedero, intemporal.
Deja salir estas profundas vetas de identidad, perfectamente combinadas con modernidad, pasando a un nuevo impulso desbordante.
Sus raíces son como un punto de giro para integrar elementos como el rock, partiendo de esa carta de ruta identitaria que luego lo lleva a crear una y otra vez, ataviados con inusuales vestuarios y coreografía, bebiendo de la fuente de Little Richard, del «Tutti Frutti», de aquella mezcla de blues y del rhythm and blues de los años cincuenta, pero también del gran Elvis Presley y de agrupaciones como Earth, Wind and Fire que en aquel entonces mezclaban además del rock, el disco, el pop y el funk.
Todas esas influencias las mezcló El Caballo con el merengue, dando como resultado un producto nuevo, pero sin alejarse de la güira y la tambora, que definen la base original del merengue.
El Caballo Mayor se había nutrido al lado de grandes directores como Papa Molina, venía de agrupaciones al estilo Big band, con músicos sentados con una composición orquestal que incluía muchos metales, que tocaban diversos géneros musicales y un merengue más estilizado, de salón.
Johnny innovó reduciendo la cantidad de metales, sumándole, timbales, bombo y redoblante, otro tipo de percusión; acelerando el ritmo y logrando una oferta más moderna, relajada, con gracia y sin perder elegancia, pero merengue.
Le agregó al merengue la novedad de la coreografía, dando con el frente de orquesta el carácter de espectáculo a cualquier baile que ofrecía, lo mismo en una fiesta patronal que en un gran escenario o en la televisión.
Osado, vital, con interpretaciones poderosas y pegajosas, El Caballo supo de inmediato integrar la música, la sonoridad del merengue y el espíritu festivo del dominicano.
Era pura energía sobre la tarima, llevó el ritmo en los pies y el merengue como los dominicanos, en el corazón; de hecho, èl es el merengue.
Nadie se resistió al entusiasmo de Ventura.
Tenía el buen humor y la picardía de la gente inteligente y la sensibilidad que poseen quienes desarrollan al máximo los dones recibidos, nos inspiró a celebrar.
Cada persona que vio a Johnny debe saber que estuvo frente a uno de los grandes artistas populares o se llevó una impresión grata y memorable del país. Llevará una imagen consolidada de la República Dominicana y esto redundará en beneficio del turismo.
Ventura es un símbolo del país, recreó costumbres y perpetuó tradiciones, en èl el merengue se hizo carne. Se convirtió en símbolo de un país, sello distintivo y sello de identidad. Ver a Johnny Ventura, aún, es ver a la República Dominicana y tener el deseo de llegar a ella.
El fue responsable de reverdecer el orgullo dominicano en momentos en que otros aspectos fallaron, pero se reafirmaron con el merengue y con la promoción turística, a través del mismo o de las presentaciones del artista en el exterior. De ahí la importancia del merengue, de esta figura del merengue.
De ahí la importancia del merengue y la necesidad que tiene el turismo de tener figuras de la talla de Ventura como produ
El merengue es fundamental, pero también lo son los exponentes de calidad, con buena letra, buen repertorio y cuidada música, como carta de presentación, que enarbola con orgullo la dominicanidad y las cualidades que nos adornan.
Esa promoción vale más que mil ferias.
La música de Johnny también es alma nacional. «Yo soy el merengue, soy la inspiración de mi país, yo soy la alegría y soy el sentir de la tierra donde nací…». Pero también es la Navidad dominicana, fue el artista que ha grabado más temas de Navidad, entre ellos las composiciones de Mundito Espinal que cobraron vida en la voz de El Caballo y construyeron la Navidad dominicana y se repite cada año cuando » llega Nochebuena otra vez…»
Hablamos de un artista que durante doce lustros recorrió el mundo con el merengue a cuestas, con una discografía compuesta por 105 producciones, siendo el artista dominicano más prolífico en ese sentido y cuyas grabaciones han sido premiadas con 28 discos de oro, 2 de platino, además un Grammy Latino en el 2004 y por su trayectoria, un Grammy a la Excelencia en el 2006.
MERENGUERO HASTA LA TAMBORA
Los valores son también material para exportación, no solo playas y hoteles.
Johnny, compositor, arreglista, ejemplo de superación, servidor público, filántropo y activo a los 81 años.
Fue hijo del pueblo que mostró su grandeza y su talento desde el principio hasta el final de su vida.
Se convirtió en un icono del merengue que tocó las fibras de habitantes de todos los continentes, rendidos ante el carisma y la gracia de nuestro artista, sinónimo de lo bueno de la República Dominicana.
Ha nacido una leyenda, él nos puso muy en alto, el turismo depende de la cultura de un país. Johnny es una marca indeleble de nuestra dominicanidad y seguirá, aún después de muerto, contribuyendo con la promoción y al desarrollo del turismo dominicano.
Lo ideal ahora es pensar en un museo dedicado a su memoria y aportes.
Eso también aportará al turismo, regocijados en la promesa de que «si el vuelve a nacer, vuelve a ser dominicano…»
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