POR JOSÉ GÓMEZ CERDA
Presidente de la Asociación Dominicana de Periodistas y Escritores (ADPE)
El trabajo es un deber, además un derecho que asiste a todas las personas humanas, debe ser valorado o tratado como una expresión humanista, no como una mercancía. El trabajo debe ser considerado como la expresión de un servicio que se hace en función del bienestar de la sociedad.
Uno de los principales tesoros que tenemos los hombres es el poder poner nuestras facultades intelectuales, corporales y morales al servicio del trabajo productivo. Por eso, todas las riquezas acumuladas en las naciones son el fruto de generaciones de hombres y mujeres que han contribuido con sus esfuerzos al progreso de toda la humanidad.
El trabajo tiene supremacía sobre la producción y el capital, porque es el esfuerzo humano; por tanto no puede permitirse que existan trabajos inhumanos.
Es la misma naturaleza humana la que le confiere al hombre el derecho al trabajo. Sin embargo, los sistemas que tenemos han creado el desempleo, que lleva a muchas personas a la degeneración, especialmente jóvenes que se sienten frustrados por no poder trabajar, aún teniendo deseos y necesidad de un trabajo que les sirva para el sustento, de ahí surgen problemas como el consumo de drogas, o la prostitución.
El trabajo es una de las expresiones más completas de la persona humana. El trabajo es la forma primaria que tiene el hombre para relacionarse con la naturaleza y con la comunidad. El trabajo es la forma como los seres humanos satisfacen sus necesidades vitales, tanto materiales como espirituales.
Las nuevas formas de organización del trabajo y de la producción demandan, por un lado, la estabilización e implicación del sujeto en el proceso de trabajo (mayor iniciativa, responsabilidad e incorporación de su saber hacer) y, por otro lado, flexibilizan el empleo volviéndolo más precario al incrementar el desempleo prolongado y las formas inestables de empleo. Se transforma el mercado de trabajo, el empleo y las condiciones de su ejercicio.
La retribución que se hace al trabajo, como es el salario, la remuneración, no es justa cuando no alcanza para enfrentar el alto costo de la vida. Aunque en algunos lugares se cumplen las leyes establecidas, aún así no es justo cuando no sirve para tener lo elemental para la subsistencia humana.
En todo el mundo, los trabajos considerados atípicos constituyen empleos permanentes para las mujeres y a muchos sectores de los hombres. Son trabajos desvalorizados, sin calificación, de bajo nivel jerárquico y remuneración, a tiempo parcial, a domicilio, temporal, ocasional o por temporada, por contrato a tiempo determinado, por cuenta propia, subcontratado o simplemente informales.
El trabajo debe ser valorado por lo que es, en sólo por lo que produce. En la sociedad actual no se valora el trabajo como una expresión humanística, sino por su capacidad de producir bienes o servicios.
El trabajo humano no se puede considerar solamente como una fuerza necesaria para la producción: la fuerza laboral. Al hombre no se le puede tratar como un instrumento de producción. El hombre, es creador del trabajo y su artífice.
Es preciso hacer todo lo posible para que el trabajo no pierda su dignidad propia. El fin del trabajo, de todo trabajo, es el hombre mismo. Gracias a él, debería poder perfeccionar y profundizar su propia personalidad. No nos es lícito olvidar, que el trabajo es para el hombre y no el hombre para el trabajo.
Todos los sectores progresistas de trabajadores deben unificar sus esfuerzos, junto con el Estado y los empleadores, para crear nuevas fuentes de trabajo, para que cada trabajador pueda realizarse como persona, ejerciendo el sagrado derecho de trabajar.
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