MIGUEL ÁNGEL FORNERÍN [mediaisla] Comala es un pueblo que queda muy lejos del cielo. Gente buena como Eduviges que sufría por no molestar a los otros. El texto de Rulfo trabaja un aspecto muy humano: el abandono, la pasividad, el sufrimiento el rencor. «Pedro Páramo» es un mapa al corazón del hombre, es la alegoría del rencor.
Desde la introducción, la novela del mexicano Juan Rulfo se centra en una historia familiar. El regreso, la madre que se muere, el hijo que no puede zafarse de sus manos muertas y la búsqueda del padre, un “tal Pedro páramo”. El abandono y el rencor caminan juntos”; No dejes de ir a visitarlo —me respondió. “Exígele lo nuestro, lo que estuvo obligado a darme y nunca me dio” (7).
Releer entre renglones tachado en épocas y lugares distintos. Una novelita. La más complicada, seca en palabras como la tierra que refiere. Tierra de poder y de venganza: “cóbraselo caro”, dice la madre, como escribiendo su testamento con secas y doloridas palabras. La lejanía y el recuerdo se instalan pronto “Yo imagino ver aquello a través de los ojos de mi madre” (8).
La mirada de Juan Preciado no deja de estar conectada con los recuerdos de Dolores, la madre. El primer diálogo es un signo de la economía verbal. Es ese un rasgo de Rulfo. Posiblemente, el más extraordinario. Abundio, quien contesta en el camino que sube y baja, por donde la gente sube y baja denotando un círculo en que los tiempos son los mismos y marcan los días: “Comala, señor,” “seguro, señor.” Es todo lo que responde el arriero. Y frente a la tristeza del paisaje: “son los tiempos, señor”.
Juan Rufo teje los recuerdos, describe el paisaje visto por los ojos de la madre, cuya voz interrumpe el diálogo y el pasado y el presente son dos escenas paralelas. La voz de la madre que describe el paisaje y la plática lacónica de los hombres se instala en el texto mientras avanzan hacia Comala. “Y volvimos al silencio”, dice la voz homodiegética de Juan Preciado.
Pienso que en Juan Rulfo hay una manera muy especial de ver las cosas. Ellas aparecen sustantivadas por su propia presencia. Quedan ahí como si estuvieran despojadas de la abundancia de elementos que les agrega la cultura. De ahí el discurso insólito que las hace sobresalir como algo sumamente novedoso. No hay una descripción del hombre que va a su lado, Juan Preciado recuerda y mira, el hombre apenas pregunta. No nos da el nombre. Luego aparece el sentido festivo del encuentro. Unas palabras aparecen para hablar de la lejanía y el tratarse de un horizonte gris. Era agosto y se sentía la canícula.
Cuando aparece nombrado Pedro Páramo, el arriero exclama: “—¡Ah, vaya!”. Entonces la conversación es designada por su inicio. Es la manera temporal de organizar los acontecimientos. Ellos aparecen por algún punto, pero no por el principio. Es una forma de invertir la historia. De ahí que Pedro Páramo es una novela de la forma. Lo que la hace sumamente artística. Más adelante, la sorpresa: “Yo también soy hijo de Pedro Páramo”. Y entonces aparecen los cuervos, como si su graznido cambiara la tranquilidad y el silencio de esas soledades.
Pero, ¿quién era ese tal Pedro Páramo? ¿Esa especie de absoluto que llena todo en un pueblo perdido, tan caliente que se parecía el infierno? “Un rencor vivo.” Es ahí donde el paisaje se une a la gente. El tiempo a la ética. Lo que nunca se recibe o se da. Pedro Páramo dicho por el arriero, que también es su hijo, era en una frase lacónica; el puro resentimiento.
La Media Luna era su finca. Los dos hombres unidos por un mismo origen caminan y en la lejanía, toda la tierra, la imposibilidad de la mirada de abarcarlo todo; pero ese todo es de Pedro Páramo. Ya Rulfo no entra en la condición humana, en su desgarramiento; no plantea la economía de las palabras, sino la abundancia de la tierra, la imposibilidad humana de aprehender ese todo que es ya social y es historia.
La historia termina. Es el relato una escena, dos escenas, un recuerdo. Un cuento de camino. Ya el pueblo no existe y Pedro Páramo murió hace muchos años (11). Termina la búsqueda y la historia pasa a narrar el pasado, una vez más. El desencuentro entre la búsqueda y la realidad es un espacio en blanco en la página del libro. En pocas páginas, (un breve lapso de tiempo de la lectura) Juan Preciado ha perdido a su madre y a su padre, pero también la ilusión de conocerlo. Sólo le queda el abandono de la Media Luna. Las lejanías de lo que en un tiempo era el poder de su padre.
El texto vuelve a la narración homodiegética. Rulfo intercala viejos diálogos como si el arriero estuviera junto a Juan Preciado. Es la voz que también narra el paisaje. Porque por algún momento, Comala era eso un paisaje. Era una ciudad vacía. Las voces, la aparición de Eduviges. De nuevo como si las cosas estaban ahí puestas. Sin relación, pero en movimiento. Porque las cosas en esta obra están ahí, más en el recuerdo que en su propia dinámica, que en su propio ser con otras cosas.
Y reaparece la madre que es ya un recuerdo que marca una ruta hacia lo desconocido. hacia lo que no existe. Ya cuando entra en la casa del puente, la mujer le manda a entrar y silencio (un espacio en blanco en la página) se había quedado en Comala. Es de nuevo esa manera de narrar las cosas. Rulfo rompe la perspectiva, la forma de nombrar y poner las cosas en el horizonte de la comprensión. No hay un tiempo que transcurre, sino que los hechos están puestos como imágenes quietas. Solo el arriero transcurre. Tal vez Preciado pueda encontrar a alguien con vida. Y le dice Abundio que busque a Eduviges, la que ya había encontrado y en cuya casa había entrado. Aparece entonces una recurrencia de las acciones entre el sueño y la realidad, entre la vida y la muerte. El relato es un círculo que se instala en cada instante.
El encuentro de Juan Preciado con Eduviges Dyada recuerda la descripción de Comala en las soledades de la Media Luna, el calor de agosto, el viento, los pájaros y la cercanía del infierno. En la casa junto al puente la mujer, que tal vez esté viva para el lector, muestra cuartos oscuros, desolados, corredores de sombras y Juan Preciado dice: “sentí que íbamos caminando a través de un angosto pasillo abierto entre bultos”. De nuevo la mirada, el sentimiento. Lo sobrenatural. Las cosas que están ahí y que no pueden definirse en su propio ser. Todo aparece lleno de ausencias. Las cosas presentes, la gente ausente. No han regresado por ellas. Los muertos se comunican, hablan como si fueran vivos. El mundo de la nada aparece entre las cosas.
El diálogo entre Preciado y Eduviges muestra esa distancia entre la realidad y la fantasía. Cuando la mujer le dice que su madre le había comunicado de su venida a Comala con poco tiempo, por lo cual no había podido arreglar la casa, Juan le dice que ya había muerto hacía unos siete días. Las dos mujeres habían convenido desde que eran jóvenes recorrer el camino hacia la muerte juntas. Para darse ánimo, para no sufrir más. Comala es un pueblo que queda muy lejos del cielo. Gente buena como Eduviges que sufría por no molestar a los otros. El texto de Rulfo trabaja un aspecto muy humano: el abandono, la pasividad, el sufrimiento el rencor. Como el carácter espectral frente a una vida sumamente difícil. Más que entrar en los temas de la tierra, la obra de Juan Rulfo es un mapa del corazón del hombre. Por eso el poder de Pedro Páramo es la alegoría del rencor.
En su relación tiempo espacio, Comala es un lugar despoblado, habitado por fantasmas y recuerdos. Así como estos giran entre pláticas, presencia y ausencias. Las voces de ayer y los ecos se multiplican. Lejanía, apartamiento, calor y lluvia. Van de manos al odio al rencor y algunas veces al amor, como el de Pedro Páramo y Susana San Juan. El calor constante parece signar a Comala como un espacio infernal y la presencia del cielo en contraste con la tierra plantean una intertextualidad con La Divina Comedia.
Eduviges le dice a Juan Preciado, “yo entiendo lo lejos que está el cielo de nosotros; pero conozco cómo acortar la vereda”. Juan pensaba que esa mujer estaba loca y se sintió en “un mundo lejano”. Si leemos metafóricamente, esa lejanía entre el cielo y la tierra y la tierra como infierno, las almas que flotan en el aire de Comala, buscan una redención, quieren alcanzarse en la eternidad. Más en el cielo es un sentido de fatalidad: “nunca han de salir las cosas como uno quiere” (18).
En la forma intertextual, la voz encuentra una definición del pueblo: “…Llanuras verdes. Ver subir y bajar el horizonte con el viento que mueve las espigas, el rizar de la tarde con una lluvia de triples rizos. El color de la tierra, el olor de la alfalfa y del pan. Un pueblo que huele a miel derramada…” (22). Es esta una visión feliz donde se conjugan la tierra, el horizonte, la siembra, la alimentación… todo vistos desde un ángulo que provoca una semántica de lo promisorio; un sentido utópicos fundacional y casi bíblico.
Juan Rulfo configura las discontinuidades narrativas, procede por adelantos y saltos del presente al pasado; rompe con el tiempo. Las voces giran, vuelven, se fugan y, luego, retornan. Mientras el pueblo es un ser fantasmal, lo que queda sobre el viento, en el horizonte en los atardeceres. “Lo quiero por ti; pero lo odio por todo lo demás, hasta por haber nacido en él”. Pensé: ‘No regresará jamás; no volverá nunca’ (24). Y luego: “Se me perdió el pueblo” (26). Una pérdida que no es solamente del espacio, sino también de la fe, y el padre Rentería muestra la relación de esa pérdida y la relación problemática entre religión y poder: “Mi culpa. He traicionado a aquellos que me quieren y que me han dado su fe y me buscaban para que yo intercediera por ellos para con Dios”… (34) [Continuará].
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MIGUEL ÁNGEL FORNERÍN (Higüey, RD). Departamento de Estudios Hispánicos de la UPR Cayey, es autor de Ensayos sobre literatura puertorriqueña y dominicana (2004), Entrecruzamiento de la historia y la literatura en la generación del setenta (2009), Las palabras sublevadas (2011) y Los letrados y la nación dominicana (2013), Antología esencial del cuento dominicano (2017) entre otros.
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