Oscar López Reyes.
Las fracturas de caderas son sombrías, y su tasa de mortalidad se estatuye elevada, acentuándose con más sañas en los adultos mayores. Dos rupturas de cinturas nos han sobrecogido: la del doctor José Rafael Abinader Wasaf y la de Doña Yolanda Reyna Romero, seres humanos excepcionalmente meritorios, que entregaron a la sociedad a dos ciudadanos altamente adheridos y recíprocos: Luis Rodolfo Abinader Corona y Leonel Fernández Reyna.
“Me acabo de caer y me he partido la cadera”, me respondió desde su celular, con absoluta precisión, el doctor Abinader, a las 5 de la tarde del 4 de octubre del 2017, desde el piso 13 del edificio residencial. Tras esta primera voz, sus íntimos más queridos, que estaban en la misma estancia -cuidándole celosamente-, le auxiliaron en seguidas y de una clínica de la capital fue trasladado a Estados Unidos, donde rebasó el trance y regresó a su terruño.
En el instante del percance, llamé al doctor Abinader para participarle que estaba saliendo a buscarlo, para llevarlo -tal como me lo había pedido dos días antes- a la ceremonia de juramentación de la nueva directiva del Colegio Dominicano de Periodistas (CDP), encabezada por el profesor Adriano de la Cruz, a quien prometió que lo acompañaría en ese acto efectuado en la Biblioteca Nacional.
Después de esa grave lesión, que agravó los achaques propios de su edad, continuó con sus tertulias de los jueves, recontando hechos en la escritura, ahondando en sus apasionantes análisis políticos, reenviando visuales por las redes sociales y en su hogar celebró su última fiesta de cumpleaños con familiares y un selecto grupo de invitados, donde bailó, en un inusual ensayo con movimientos cuasi imaginarios, con Raquel Arbaje. Cerca de los dos, observé como ella lo sujetaba por la cintura y él lucía una incontenible alegría y complacido con el moderado ritmo cadencioso de su nuera.
Hasta antes de su viaje eterno, el 4 de noviembre de 2018, también buscó, sin éxito, el texto extraviado para un libro que escribió sin darse cuenta. Le compilé y titulé más de 30 discursos de excelente contenido socio-educativo y económico, pronunciados como rector, cada seis meses, en graduaciones de la Universidad Dominicana O&M, y que no sabía que yo los tenía guardados. Ojalá fueran localizados entre papeles de su biblioteca.
Doña Yolanda Reyna: cuando un allegado me informó sobre el desgarrón en la cadera en una caída, inmediatamente recordé a quien me la presentó, por primera vez, en una residencia capitalina con el patio adornado de flores, en el timbre del más tierno reconocimiento: Jimmy Sierra, y el accidente del doctor Abinader. Mi pronóstico silencioso fue reservado. Y, retrotraído en la impecable dicción de esta dama y en su permanente mención de Gladys Gutiérrez, pensé: no podrá presenciar, concluyentemente, la inauguración de la Casa de la Cultura de Barahona, que tuvo un empuje inicial con su intervención y la de la doctora Flavia García Terrero.
Doña Yolanda llegó a Barahona a los dos o tres meses de nacer (1926), desde San Francisco de Macorís, aferrada a los brazos de su padre Manuel Reyna, y de este pueblo salió a los 17 años, o sea, en 1942, cuando cursaba sus estudios secundarios. Significa que éste fue el predio de su forja y que recreaba con goces en prolongadas tertulias vespertinas con la profesora Flavia García Terrero y otras barahoneras. Evocar ocurrencias y contar anécdotas variopintas de ese espacio vivencial a ellas les tonificaba el alma,
como la rítmica y melodiosa “Oda a la alegría” de la emblemática Novena sinfonía de Beethoven.
Wilson Gómez Ramírez, Flavia García Terrero, Oscar López Reyes, Virgilio Gautreaux Piñeyro, Danitsa Féliz, Ramona Gómez Ramírez y otros directivos de la Alianza Barahonera encontramos como aliada a Doña Yolanda para reactivar el añejo anhelo de la construcción del edificio de la Casa de la Cultura. Con antelación conseguimos que el solar de nacimiento de María Montez, y dos propiedades contiguas, fueran declarados de utilidad pública, tanto por el Ayuntamiento como por el Poder Ejecutivo.
Y, atendiendo a la solicitud de su madre Yolanda, el presidente Fernández dispuso -y fue terminado- el diseño de la obra por arquitectos y una museógrafa: un museo a María Montez a su entrada por la calle Jaime Mota; otro museo a Casandra Damirón por el pórtico de la calle Nuestra Señora del Rosario, un tercer museo para los artistas y literatos sobresalientes de la comunidad y salas para presentaciones y exposiciones.
Disponible el presupuesto en el 2010 para comenzar la edificación a través de una dependencia gubernamental, una sorpresa desencadenó un espasmo e indignación entre sus auspiciadores. Zozobró, por la interposición de una tercera persona.
Además de los útiles relatos precedentes, la fragmentación del anca/flanco/tronco del doctor Abinader, Doña Yolanda y otros dominicanos ha de alertar y prestar la más pronta atención de la comunidad científica sobre este extendido fenómeno médico, para disminuir riesgos, complicaciones y defunciones.
Bien. Así como lo hice durante las honras fúnebres del doctor Abinader, estuve acompañando al doctor Fernández en el velatorio de su abnegada madre. Y he querido testimoniarles públicamente mi agradecimiento, porque sus manifestaciones solidarias ruedan sin parangón. Hasta rememorar que, cuando en el 2005 una banda de narco-criminales barriales sacrificaron la vida de mi hermana/hija, la psicóloga y profesora Yanet E. López Reyes, recibí sus llamadas a tiempo, sus presencias y con la asistencia jurídica de ambos logramos condenas ejemplares.
Cordialmente,
Oscar López Reyes
Periodista-mercadólogo, escritor y artículista de El Nacional,
Ex Presidente del Colegio Dominicano de Periodistas
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