- Miguel Ángel Fornerín.
Nuccio Ordine nos ha dejado una pequeña biblioteca sobre los libros clásicos, que ha llamado una biblioteca ideal para la vida. Con ella podemos reflexionar sobre la lectura, su importancia, su estado en los tiempos que corren. Y lo más importante, preguntarnos: ¿para qué sirven los libros de antes al hombre que vive hoy lleno de problemas?
Los pocos datos que podemos recoger sobre la lectura de obras de lectura profunda nos muestran que esta se encuentra en crisis. Aunque los medios audiovisuales, que celebramos con euforia, han creado otros hábitos de lectura, aquella que busca el desarrollo del pensamiento y la creatividad queda en un estado preocupante. Así que reflexionar sobre los libros clásicos resulta pertinente.
Pienso que cada uno tiene sus clásicos. Los que Ordine presenta en su libro como una biblioteca para la vida constituyen una selección muy personal, que no dejarán de tener quienes se interesen en ellos. Clásico es el libro que sirve como modelo. Clásico es el que aparece en las listas más distinguidas. El Renacimiento volvió a esos libros griegos y latinos porque encontró en ellos modelos para reconstruir ciertas ideas del mundo. Luego de apreciar las obras de Homero, Esquilo, Sófocles, Platón, Aristóteles y tantos más, el hombre culto, es decir de cultura letrada, buscó nuevos clásicos. Los que Azorín (1913) llamó clásicos y modernos, que vienen a ser los clásicos de la modernidad.
De ahí que busquemos la condición de modelo en otra lista privilegiada como la de Ordine donde aparecen Shakespeare, Ariosto, Maquiavelo, Goethe, Borges, Giordano Bruno, Rilke, Torquato Tasso, Cervantes, Bocaccio, Saint-Exupery, Montaigne, Pessoa, Balzac, etc. La presencia de las obras del pasado que iluminan los problemas actuales, es una de las virtudes del libro de Nuccio Ordine “Clásicos para la vida. Una pequeña biblioteca ideal”, (Acantilado, 2016, octava edición).
Un buen lector podría aumentar la lista. Y de eso se trata. Que formemos una lista más amplia para que, desde un rincón de la biblioteca, los clásicos nos propongan otras lecturas que nos permitan buscar los temas del presente elucidados o figurados por los autores del pasado. Pero esa biblioteca se encuentra en ciernes y en los lectores digitales, se encuentran a mano, a solo un clic. Pero no se usa lo suficiente. Se ha dicho que en cada casa debe haber unos 200 libros de lectura. Estamos muy lejos de lograr esa meta.
El libro parece reflejar el problema entre el norte y el sur.
En España, país que publica un barómetro de la lectura; que es una sociedad donde la lectura es importante, los informes muestran que a medida que buscamos con la vista las regiones del sur en el mapa de la península, los lectores se encuentran en la media del total de lectores del país. El norte más rico lee más que el sur pobre. Los países ricos leen más que los países pobres. En países donde no se discute el tema de la lectura; también en donde las instituciones gubernamentales no llevan una métrica del acercamiento de niños y adultos a los libros, se lee menos.
Todos sabemos que la lectura se modela en el hogar y que se fortalece en las escuelas. Las universidades tienen muy poco que hacer. Pero no pueden cerrar las puertas a la lectura. Cada día vemos la construcción de nuevas universidades y el cierre de las librerías tradicionales. No reconfortan los datos sobre la lectura de libros digitales. El gremio de escritores sigue creciendo, pero ese aumento no parece indicarnos que lo mismo ocurre con la calidad de lo que se publica. La importancia de la lectura en la creación e innovación no se discute. Aunque los medidores de la creatividad la usan como un componente más. Porque queremos crear objetos útiles, “inteligentes»; la cultura letrada de la que surgen las obras clásicas aparece relegada. Las humanidades son tuteadas. Viven los tiempos de la utilidad y el instrumentalismo.
El mundo universitario tiene una deriva de más de cien años en que ha privilegiado la formación profesional sobre la creación de un ser humano culto, con una visión integral. Por ello, hablamos cada vez más de la existencia de profesionales. Después del cierre de clases en los departamentos de Humanidades, en muchas universidades estadounidenses ha seguido la crisis de los científicos sociales. Todo parece que no necesitamos quien explique el pasado, la filosofía, ni la realidad social. Los gobernantes y planificadores de la crisis de la humanidad no necesitan a los clásicos, los ven como antiguallas de un pasado al que no hay que retornar.
Vivimos en un mundo en el que no solo se desestima la erudición y todo talante culto, sino que se pretende vivir de espaldas al saber. El sujeto dedicado a los libros aparece como un ser insignificante, del pasado, un «sin casa” en un mundo bien amueblado. Pero lo cierto es que ante la necedad de los que ostentan los bienes materiales, el mundo del espíritu que ha impulsado lo que somos, que nos ha dejado el legado con el cual hemos llegado al espacio, con el que nos ubicamos en las ciudades, con el que hemos fusionado los átomos y hemos acelerado las partículas … que nos han permitido acortar el espacio-tiempo, etc. sigue como idea primigenia en las obras clásicas.
Las primeras páginas de este libro traen una exposición del lugar de los clásicos en las escuelas y las universidades. También presenta el problema de la profesionalización como la muerte de la creatividad. No es sorprendente que afirme: “Europa, olvidando sus raíces culturales, está matando progresivamente el estudio de las lenguas antiguas, la filosofía, la literatura, la música y el arte en general” (29). Acaso, ¿esta crisis no es la nuestra? No es lo que estamos viviendo, y a lo que tenemos que agregar, que eso no ocurre como olvido en nosotros, sino como ausencia.
Repensar el valor de los clásicos en las escuelas parece cada día ser un motivo para revisitar los currículos. Pero también el compromiso magisterial. No puede enseñar la lectura quien no ama los libros. Tampoco puede planificar la educación quien solamente la ve desde la perspectiva del psicopedagogo y del reclutador empresarial. De aquel que solo quiere formar una población para el mercado. Creación y utilidad, saber y compromiso se ponen en tensión. Ese es el frente que poco abren en un mundo donde ya se reconoce que, con contadas excepciones a nivel mundial, somos gobernados por una casta de tecnócratas que resurge triunfante de sus cenizas, que no le da importancia al saber y de aquellos que han triunfado sin haber realizado una verdadera carrera universitaria y sin el respaldo de una buena biblioteca.
Si tomamos algunas citas del libro de Nuccio Ordine podremos afianzar las palabras provisionales que he pergeñado aquí: “La vida es ciertamente una cosa miserable: la atraviesa como un viento tempestuoso una incontenible avidez de ganancias” Demócrito, c. 460- 370 a. C). O esta que le dice Platón en “El banquete” a Agatón: “Estaría bien… que la sabiduría fuera una cosa de tal naturaleza que, al ponernos en contacto unos con otros, fluyera de lo más lleno a los más vacíos”. De esta forma estoy seguro de que los enemigos del saber solo tendrían que arrimar el cuerpo, sin sentarse junto al fuego de Prometeo.
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