Las causas de esos seis fenómenos están a simple vista. Y las pueden ver hasta los más ignorantes políticos.
Primero, el irrespeto olímpico de los caudillos a sus partidos, a los miembros de las bases y a los estatutos, imponiéndoles candidatos no aprobados por los organismos bajos e intermedios. Y mucho menos por los votantes.
Segundo, el uso abusivo del poder político y económico de determinados sectores para imponerse como grupo y forzar las “victorias” de sus preferidos o elegidos dictatorialmente.
Tercero, las reiteradas traiciones a la población por quienes prometen una cosa en la oposición y hacen otra cuando llegan a la posición.
Cuarto, el deseo de la población de demostrarles a los eternos traficantes del hambre y de los sentimientos, que ya está bueno de falsedades, imposiciones, manipulaciones y cuentos.
Quinto, la incredulidad y el miedo a repetir los terribles problemas del pasado, generados por políticos irresponsables, degenerados y desfasados, que a todos nos han engañado y al país han saqueado, bajo las sombrillas de algunos protectorados, de aquí de otros lados.
Ahora que la población ha despertado, al mundo le ha demostrado, que contra blancos, rojos y morados
el pueblo se ha empantalonado.
Y a los caudillos les ha demostrado, que sus repudiables métodos ya están desfasados, y que por el bien de la democracia deben ser descontinuados.
Con las derrotas de Gonzalo Castillo, en las elecciones del 2020, y con la de Guillermo Moreno en estas del 2024, el pueblo demostró que no siempre el poder del Estado y del dinero son suficientes, para mantener a un pueblo subyugado, adormecido y manipulado.
Contra esa práctica es que el pueblo se viene expresando, a través de las abstenciones, y con las escogencias de figuras, que en teoría y apariencias prometen hacer algo diferentes.
Tales son los casos sorpresivos de Omar Fernández y Roque Espaillat (el cobrador), el cual, no fue elegido a nada, pero precisamente, habiendo salido de la nada, por lo menos, superó a Miguel Vargas Maldonado, y a otros connotados, siempre pegados de la teta de Estado.
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